miércoles, 25 de diciembre de 2013

viernes, 20 de diciembre de 2013

"Noches de Obon", una reseña




"Noches de Obon", novela de la española María J. Rivera, pudiera ser leída como un libro de viajes. Algo debe, y quizá mucho, a los road movies del cine, pero por encima de todo es un viaje interior y tremendo al fuego de la pasión y al horror de la venganza, con Barcelona, Marsella, Shanghai y Kioto como oscuro telón de fondo y el fantasma de Montecristo flotando sobre las turbias aguas de la irracionalidad.

Su historia, su trama que se complejiza suave, imperceptiblemente, casi a hurtadillas –y que obliga al lector a estar atento, muy atento, a cada palabra, a cada gesto de los personajes, incluso los de apariencia inocente y casual–, está tejida sobre una serie sucesiva y trágica de triángulos siempre fallidos, siempre esquivos, siempre fatales. Un matrimonio chino y un amante japonés. Este japonés, su amante argelino y una chica polaca. El argelino, el japonés y un tunecino salido de la nada. Pero antes, durante, y siempre el matrimonio argelino, sorpresivo y aceptado a regañadientes por el amante nipón.

Estas relaciones, vistas de trasluz, sobre existen en equilibrios engorrosos, rozando y forzando todos los límites, siempre a punto de estallar, como resortes que se pulsan, se tensan y se quiebran bajo presiones excesivas. Eso, el exceso, la hybris aristotélica, coloca a los personajes en estados de excepción, generando odiosas encrucijadas: puestos a escoger, cada decisión posible es tan terrible como la anterior. Situación trágica por excelencia, cuando debes elegir entre el menor de los males, como si ello fuera humanamente posible, con el soplo helado de la muerte por todas partes.
Las Noches de Obon son también un paseo por el Oriente, en su profundidad espiritual, su observancia del culto a los ancestros, su sentido ineludible de la autoridad y el peso de la tradición, de la familia y de la subordinación.
Así esta novela es también la mirada puesta ante el espejo torcido que no nos deja mentir y refleja con precisión todo lo que no queremos ser, pero somos, día a día, paso a paso, escuchando bajo muy bajo y muy quedo el reclamo subterráneo de la lex talionis, que echamos a un lado pero sin atrevernos nunca a desecharla jamás.