Supuestamente…
o al menos para muchos críticos estirados que no tienen ni idea de que hay vida
inteligente más allá de Harold Bloom y su Canon Occidental, la ciencia ficción
es una literatura escapista y nada seria. Novelas sin pretensiones literarias
reales, para leer de un tirón recostado en el diván, esos fines de semana en
que uno no tiene ganas ni dinero para ir a la discoteca o a la playa. Para
extasiarse soñando con las ucronías, lo que pudo haber sido y no fue: si Hitler
no se hubiera empeñado en Stalingrado, o los aztecas no se hubieran dejado
ganar la mano por Cortés. Para suspirar imaginando lo hipertecnificado y cómodo
de un futuro en el que la ciencia está más que nunca al servicio del hombre. O,
por el contrario, congratularse de que por malo que esté el presente con su
inflación, recesión y otros apretones de cinturón, al menos no llega al nivel
opresivo de distopías sociales tan tristemente célebres como 1984, Un mundo feliz
y otras por el estilo.
Pero la CF
es mucho más que eso. Los que la escribimos y leemos lo tenemos muy claro; no
solo es la literatura de las consecuencias y del cambio, la única que se
preocupa por dilucidar qué resultados tendrán nuestras acciones (o la falta de
ellas) de hoy en nuestro mañana, sino, y sobre todo, una manera de entender
mejor ese presente nuestro que se transforma con tanta velocidad e
impredecibilidad, recurriendo al truco de colocar un espejo en el mañana, o al
menos en el célebre ¿qué pasaría si…?, que muchas veces es el núcleo argumental
de tantas historias del género, para así poder ver mejor el hoy.
En estos
tiempos de crisis, no sólo el futuro inmediato sino los cuestionamientos más
profundos, o sea, las preguntas eternas: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y
¿adónde vamos? (no; la de ¿con quién vamos a dormir esta noche?, que es un
añadido muy posterior y probablemente espurio) cobran más importancia que
nunca.
Y el cuento
de CF que se escribe hoy por hoy en el mundo es clara evidencia. El espectro de
preocupaciones de la CF es más amplio que nunca en este siglo XXI. El lector de
la antología que ofrecemos a continuación, integrada por los premios, menciones
y relatos finalistas del Primer Concurso Internacional de Ciencia Ficción La
Pereza, podrá comprobarlo.
Diferentes
autores de medio mundo se dan cita en las páginas siguientes, ofreciendo
multitud de enfoques de la realidad y el futuro (si es que no son la misma
cosa) que trataremos de definir a continuación (porque eso es lo que se espera de un prólogo ¿no?, que defina y agrupe,
como mínimo), sin caer en el spoiler, por supuesto.
Obviamente, algunos temas son más populares –¿o representan
preocupaciones más generales o más firmes?– que otros.
Por ejemplo, los juegos con el tiempo. Como en ese pueblo donde este
no discurre a la misma velocidad que en el resto del mundo, sino con algunos
segundos de diferencia… lo que resulta sin embargo de importancia capital, en
“Buena venta”, del español Juan José Tapia Urbano. O esa imaginativa
explicación de lo que realmente se esconde tras ese fenómeno tan convencional
en estos días de vuelos continuos y que llamamos jet lag, con matices de
trágica historia policial, en “Abusos horarios”, de otro ibérico, Javier
Debarnot.
Las complejas relaciones entre hombre y máquina, humano y robot,
inteligencia natural y artificial, son el eje dramático de un relato
desgarrador sobre la incomunicación, compuesto a través de diferentes puntos de
vista: “Inhumano”, del israelí Dov Terkieltaub. Pero también, aunque con más
humor y apelando fuertemente al recurso nunca obsoleto de burlarse de la
burocracia insertando sus típicos gráficos y formularios en el texto, de “Un
mensaje nuevo”, de la colombiana Angela del Pilar Lancheros Mora.
Mientras que en “Cybermen”, del colombiano Alberto Holguín, somos
testigos (nunca mejor dicho, gracias a la interesante artimaña estilística del
narrador omnisciente, de claro sabor decimonónico) de algo que ya por desgracia
es presente y no futuro para muchos en el Primer Mundo: cómo las relaciones
digitales, a través de sucedáneos de la amistad verdadera como Facebook, Twitter
y otras comunidades virtuales, enajenan a los seres humanos de los auténticos
placeres de la vida.
En esta categoría podría considerarse también “La impresora”, del
argentino Manuel Winocur, una de las menciones del concurso. Un relato con
visos de terror, inspirado en el nuevo boom de la impresión 3D, para tejer una
especulación atrevida y escalofriante sobre un futuro en que esta tecnología marca
la cotidianeidad, y en el que la Inteligencia Artificial podría surgir de
manera casi anodina, para desplazar inexorablemente al ser humano en su papel
rector sobre el planeta.
Hay rejuegos con la biología, en el texto epistolar con ribetes victorianos
de cuento de exploradores coloniales y seres exóticos, enriquecido por cierto
enfoque policíaco, que es “¡Hasta nunca, Seinfeld!”, de otro español, Marco
Antonio Marcos. También puede considerarse que aborda este tema el cuento “La
sombra”, de la española Laura Delgado González, aunque en este caso se trata de
un texto curiosamente a caballo entre la CF y el Fantástico, cuyo fascinante
conflicto central es lo que ocurre cuando alguien muere y descubre que no puede
abandonar este mundo porque todavía hay quien piensa demasiado en él.
Y un homenaje claro, pero no
explícito a Mary Shelley, la autora del inmortal Frankenstein, en forma de
reflexión sobre el posible costo social del remedio definitivo contra esa
pesadilla médica actual que son los tumores, en “Cáncer”, del chileno Manuel
Urrutia.
Pero también hay otros homenajes
literarios más directos: en “Yo también soy hijo de Pedro Páramo” (mención), un
texto magistralmente escrito del cubano Yonnier Torres, que más que referirse a
la célebre novela de Juan Rulfo la reinterpreta en una Cuba postapocalíptica. Y
a Lovecraft, en su estilo ampuloso y su trasfondo de crueles deidades
prehumanas, aunque ahora trasplantado al cosmos profundo, en “Los engendros de
Nergal”, del español Carlos Díaz Maroto, que liga hábilmente el terror y la CF
clásica de exploración de nuevos mundos extraterrestres.
También nada menos que a Edgar
Allan Poe, en “La reconstrucción de la casa Usher”, del australiano (residente)
Mario Daniel Martín, que mereció mención por su hábil recontextualización del
célebre relato en un entorno de abducciones, primer contacto histórico y
extraterrestres.
De extraterrestres ocultos entre
nosotros bajo aspectos inofensivos, y derrochando un inspirado humor de
ingenuidad casi infantil por momentos, nos habla por su parte el ecuatoriano
Jorge Valentín Miño, en su delicioso texto “Identidad”.
Humor derrocha también, ¡sobre todo en ese impagable final!, el
argentino Juan Pablo Goñi Capurro en su breve cuento “La primera vez”, que en
un entorno tecnológicamente avanzado de criogenia y suspensión animada ubica un
chiste no por local menos delicioso ni universal, curiosamente. Y además se las
arregla para criticar descarnada y despiadadamente a los políticos que hacen
del chovinismo deportivo bandera de sus ambiciones populistas.
Por su calidad escritural y la originalidad de sus argumentos, la primera
mención y el premio merecen párrafos aparte, en justicia.
“Militia” (primera mención), del argentino Germán Maretto, disecciona
el horrendo fenómeno de la guerra a través del bien manejado recurso
estilístico de ir trasladando el punto de vista de uno a otro de los diversos
miembros de un clan de especialistas militares del futuro. No hay principio ni
final en esta historia cuyo verdadero protagonista es la muerte en combate,
irracional y absurda siempre, ya sea ajena o propia. Se trata de un cuento que,
si tal vez no del todo a Robert A. Heinlein, militarista acérrimo dentro de la
CF, como lo demuestra su admirada y denostada Tropas del espacio, de seguro
habría agradado sobremanera al Joe Haldeman, veterano de VietNam y polémico
autor de ese clásico antibelicista que es La guerra interminable.
Y, finalmente, el cuento ganador del concurso y que con toda justicia
da título a la antología: “Huevo de pascua”, del español Luis Acedo. Se dan
cita aquí un derroche de erudición tecnocientífica que convierte el texto casi
en un perfecto exponente del subgénero hard de la CF, con su cuidada
descripción de la búsqueda de radioseñales de inteligencias extraterrestres en
el cosmos a través del proyecto SETI y otras, con preocupaciones de alto vuelo
imaginativo sobre temas tan actuales como la Informática y la Inteligencia
Artificial, pero también tan eternos como la naturaleza verdadera de la realidad.
Y todo salpicado con un humor juguetón, del que hace sonreír y no
soltar la carcajada, pero a la vez algo negro y pesimista, de un modo que
recuerda poderosamente a ese clásico cuento que es “Los nueve mil millones de
nombres de Dios”, de Arthur C. Clarke, en un final sorpresivo del que no
revelaremos más porque en su absoluta impredecibilidad radica buena parte del
magnífico sabor que deja la lectura del relato.
Tengan pues los lectores adictos al género este pequeño Huevo de
pascua, botón de muestra del quehacer de los autores del fandom mundial
que escriben CF en español, y esperemos también que La Pereza, contraviniendo
irónicamente su nombre, continúe mostrándose diligente en su cruzada por la
ciencia ficción, y a esta antología la sigan muchas más.
Yoss
23 de agosto de 2013
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