jueves, 29 de agosto de 2013

Prólogo escrito para "Huevo de pascua y otras ficciones", por Yoss



Supuestamente… o al menos para muchos críticos estirados que no tienen ni idea de que hay vida inteligente más allá de Harold Bloom y su Canon Occidental, la ciencia ficción es una literatura escapista y nada seria. Novelas sin pretensiones literarias reales, para leer de un tirón recostado en el diván, esos fines de semana en que uno no tiene ganas ni dinero para ir a la discoteca o a la playa. Para extasiarse soñando con las ucronías, lo que pudo haber sido y no fue: si Hitler no se hubiera empeñado en Stalingrado, o los aztecas no se hubieran dejado ganar la mano por Cortés. Para suspirar imaginando lo hipertecnificado y cómodo de un futuro en el que la ciencia está más que nunca al servicio del hombre. O, por el contrario, congratularse de que por malo que esté el presente con su inflación, recesión y otros apretones de cinturón, al menos no llega al nivel opresivo de distopías sociales tan tristemente célebres como 1984, Un mundo feliz y otras por el estilo.
Pero la CF es mucho más que eso. Los que la escribimos y leemos lo tenemos muy claro; no solo es la literatura de las consecuencias y del cambio, la única que se preocupa por dilucidar qué resultados tendrán nuestras acciones (o la falta de ellas) de hoy en nuestro mañana, sino, y sobre todo, una manera de entender mejor ese presente nuestro que se transforma con tanta velocidad e impredecibilidad, recurriendo al truco de colocar un espejo en el mañana, o al menos en el célebre ¿qué pasaría si…?, que muchas veces es el núcleo argumental de tantas historias del género, para así poder ver mejor el hoy.
En estos tiempos de crisis, no sólo el futuro inmediato sino los cuestionamientos más profundos, o sea, las preguntas eternas: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? y ¿adónde vamos? (no; la de ¿con quién vamos a dormir esta noche?, que es un añadido muy posterior y probablemente espurio) cobran más importancia que nunca.
Y el cuento de CF que se escribe hoy por hoy en el mundo es clara evidencia. El espectro de preocupaciones de la CF es más amplio que nunca en este siglo XXI. El lector de la antología que ofrecemos a continuación, integrada por los premios, menciones y relatos finalistas del Primer Concurso Internacional de Ciencia Ficción La Pereza, podrá comprobarlo.
Diferentes autores de medio mundo se dan cita en las páginas siguientes, ofreciendo multitud de enfoques de la realidad y el futuro (si es que no son la misma cosa) que trataremos de definir a continuación (porque eso es lo que se espera de un prólogo ¿no?, que defina y agrupe, como mínimo), sin caer en el spoiler, por supuesto.
Obviamente, algunos temas son más populares –¿o representan preocupaciones más generales o más firmes?– que otros.
Por ejemplo, los juegos con el tiempo. Como en ese pueblo donde este no discurre a la misma velocidad que en el resto del mundo, sino con algunos segundos de diferencia… lo que resulta sin embargo de importancia capital, en “Buena venta”, del español Juan José Tapia Urbano. O esa imaginativa explicación de lo que realmente se esconde tras ese fenómeno tan convencional en estos días de vuelos continuos y que llamamos jet lag, con matices de trágica historia policial, en “Abusos horarios”, de otro ibérico, Javier Debarnot.
Las complejas relaciones entre hombre y máquina, humano y robot, inteligencia natural y artificial, son el eje dramático de un relato desgarrador sobre la incomunicación, compuesto a través de diferentes puntos de vista: “Inhumano”, del israelí Dov Terkieltaub. Pero también, aunque con más humor y apelando fuertemente al recurso nunca obsoleto de burlarse de la burocracia insertando sus típicos gráficos y formularios en el texto, de “Un mensaje nuevo”, de la colombiana Angela del Pilar Lancheros Mora.
Mientras que en “Cybermen”, del colombiano Alberto Holguín, somos testigos (nunca mejor dicho, gracias a la interesante artimaña estilística del narrador omnisciente, de claro sabor decimonónico) de algo que ya por desgracia es presente y no futuro para muchos en el Primer Mundo: cómo las relaciones digitales, a través de sucedáneos de la amistad verdadera como Facebook, Twitter y otras comunidades virtuales, enajenan a los seres humanos de los auténticos placeres de la vida.
En esta categoría podría considerarse también “La impresora”, del argentino Manuel Winocur, una de las menciones del concurso. Un relato con visos de terror, inspirado en el nuevo boom de la impresión 3D, para tejer una especulación atrevida y escalofriante sobre un futuro en que esta tecnología marca la cotidianeidad, y en el que la Inteligencia Artificial podría surgir de manera casi anodina, para desplazar inexorablemente al ser humano en su papel rector sobre el planeta.
Hay rejuegos con la biología, en el texto epistolar con ribetes victorianos de cuento de exploradores coloniales y seres exóticos, enriquecido por cierto enfoque policíaco, que es “¡Hasta nunca, Seinfeld!”, de otro español, Marco Antonio Marcos. También puede considerarse que aborda este tema el cuento “La sombra”, de la española Laura Delgado González, aunque en este caso se trata de un texto curiosamente a caballo entre la CF y el Fantástico, cuyo fascinante conflicto central es lo que ocurre cuando alguien muere y descubre que no puede abandonar este mundo porque todavía hay quien piensa demasiado en él.
Y un homenaje claro, pero no explícito a Mary Shelley, la autora del inmortal Frankenstein, en forma de reflexión sobre el posible costo social del remedio definitivo contra esa pesadilla médica actual que son los tumores, en “Cáncer”, del chileno Manuel Urrutia.
Pero también hay otros homenajes literarios más directos: en “Yo también soy hijo de Pedro Páramo” (mención), un texto magistralmente escrito del cubano Yonnier Torres, que más que referirse a la célebre novela de Juan Rulfo la reinterpreta en una Cuba postapocalíptica. Y a Lovecraft, en su estilo ampuloso y su trasfondo de crueles deidades prehumanas, aunque ahora trasplantado al cosmos profundo, en “Los engendros de Nergal”, del español Carlos Díaz Maroto, que liga hábilmente el terror y la CF clásica de exploración de nuevos mundos extraterrestres.
También nada menos que a Edgar Allan Poe, en “La reconstrucción de la casa Usher”, del australiano (residente) Mario Daniel Martín, que mereció mención por su hábil recontextualización del célebre relato en un entorno de abducciones, primer contacto histórico y extraterrestres.
De extraterrestres ocultos entre nosotros bajo aspectos inofensivos, y derrochando un inspirado humor de ingenuidad casi infantil por momentos, nos habla por su parte el ecuatoriano Jorge Valentín Miño, en su delicioso texto “Identidad”.
Humor derrocha también, ¡sobre todo en ese impagable final!, el argentino Juan Pablo Goñi Capurro en su breve cuento “La primera vez”, que en un entorno tecnológicamente avanzado de criogenia y suspensión animada ubica un chiste no por local menos delicioso ni universal, curiosamente. Y además se las arregla para criticar descarnada y despiadadamente a los políticos que hacen del chovinismo deportivo bandera de sus ambiciones populistas.
Por su calidad escritural y la originalidad de sus argumentos, la primera mención y el premio merecen párrafos aparte, en justicia.
“Militia” (primera mención), del argentino Germán Maretto, disecciona el horrendo fenómeno de la guerra a través del bien manejado recurso estilístico de ir trasladando el punto de vista de uno a otro de los diversos miembros de un clan de especialistas militares del futuro. No hay principio ni final en esta historia cuyo verdadero protagonista es la muerte en combate, irracional y absurda siempre, ya sea ajena o propia. Se trata de un cuento que, si tal vez no del todo a Robert A. Heinlein, militarista acérrimo dentro de la CF, como lo demuestra su admirada y denostada Tropas del espacio, de seguro habría agradado sobremanera al Joe Haldeman, veterano de VietNam y polémico autor de ese clásico antibelicista que es La guerra interminable.
Y, finalmente, el cuento ganador del concurso y que con toda justicia da título a la antología: “Huevo de pascua”, del español Luis Acedo. Se dan cita aquí un derroche de erudición tecnocientífica que convierte el texto casi en un perfecto exponente del subgénero hard de la CF, con su cuidada descripción de la búsqueda de radioseñales de inteligencias extraterrestres en el cosmos a través del proyecto SETI y otras, con preocupaciones de alto vuelo imaginativo sobre temas tan actuales como la Informática y la Inteligencia Artificial, pero también tan eternos como la naturaleza verdadera de la realidad.
Y todo salpicado con un humor juguetón, del que hace sonreír y no soltar la carcajada, pero a la vez algo negro y pesimista, de un modo que recuerda poderosamente a ese clásico cuento que es “Los nueve mil millones de nombres de Dios”, de Arthur C. Clarke, en un final sorpresivo del que no revelaremos más porque en su absoluta impredecibilidad radica buena parte del magnífico sabor que deja la lectura del relato.
Tengan pues los lectores adictos al género este pequeño Huevo de pascua, botón de muestra del quehacer de los autores del fandom mundial que escriben CF en español, y esperemos también que La Pereza, contraviniendo irónicamente su nombre, continúe mostrándose diligente en su cruzada por la ciencia ficción, y a esta antología la sigan muchas más.

Yoss

23 de agosto de 2013

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