sábado, 19 de octubre de 2013

Palabras de presentación a cargo del crítico Carlos Velazco, para el lanzamiento de la primera novela del creador cubano Miguel Coyula

Mar rojo, mal azul de Miguel Coyula
Carlos Velazco



Todo empeño cinematográfico está obligado a ser colectivo, por muy reducido que sea su grupo, es decir, el equipo. Esto es una regla. Pero cada regla tiene su excepción. Miguel Coyula es la excepción de la regla. Por eso digo en el prólogo que asume sus películas como un escritor su literatura, controlando todas las especialidades: guion, fotografía, edición, música y sonido, y también porque prepara un plano, una secuencia, con la orfebrería que se pule una página. Tenemos una cita suya que lo sustenta incluso:
Porque creo que es igual en el lenguaje cinematográfico que en la literatura. Después de un punto, escribes una oración distinta de la anterior con otro significado.
Más de cinco años empleó, no demoró, Miguel Coyula en hacer Memorias del desarrollo. Cinco años durante los cuales la concepción inicial fue variando y el escenario se abrió a múltiples ciudades y parajes, universalizando el asunto: una mirada desprejuiciada, y más aún, irreverente, de esa Historia que con compromisos y prejuicios menoscaba y sugestiona la libertad de los individuos.
Más de una década ha tardado, sí, en publicar Mar rojo, mal azul, libro del que se origina su cinta Cucarachas rojas y su actual producción, Corazón azul. Una novela enmarcada en el terreno que Coyula ha reconocido es el que más le atrae: la ciencia ficción, en su afán por desligarse de cualquier realidad geográfica reconocible. En Mar rojo, mal azul, caminamos por una ciudad con Malecón, con un túnel que atraviesa un río, pero cuyos rasgos habaneros se desdibujan en ese hipotético futuro alternativo del siglo XXI.
Además de Mar rojo, mal azul, he podido leer varios de los cuentos todavía inéditos de Miguel. 1994, 1995, 1996, son las fechas de las que datan. Las más de las veces percibo el reflejo de ambientes y personajes que pudieron rodearlo en su adolescencia y temprana juventud. Pero en todos los casos, en cada uno de ellos, encuentro la inusual libertad de narrar sin tener que explicarlo todo, el rechazo a cualquier reproducción realista, el origen de ese lenguaje distinto de su cine. Quizás “lenguaje” no sería el término apropiado, porque más que a una estética particular de composición y consecutividad de planos por montaje de asociaciones, fragmentación narrativa o ritmo, me refiero a la lógica inusual de ese universo que nos presenta.
En un texto titulado “Futuro alternativo”, Miguel Coyula ha declarado su interés en conseguir con Corazón azul, una narración interactiva, es decir: una película que se reconfigure a partir de estructuras aleatorias donde los episodios permanezcan intactos, pero su orden pueda ser alterado. Lo que hasta ahora es el inicio de Corazón azul, aparece disponible en YouTube: una serie de imágenes documentales que tributan a la ficción a partir de la manipulación y la yuxtaposición.
Desde sus primeros experimentos en el cine, ya Miguel Coyula empleaba los más disímiles métodos y herramientas para crear efectos con los que apoyar esa otra realidad de sus películas. Otra realidad que no apunta a personajes y situaciones fruto de la invención, sino a un mundo visualmente distinto, como el que consigue en otra secuencia ya terminada de este proyecto, donde la protagonista visita una exposición de pinturas, y el trabajo de edición, sonido, montaje y corrección de luces, la hace observar los cuadros de árboles moribundos y troncos cortados con una intensidad que es imposible al ojo humano, y que tampoco se consigue solo colocando la cámara contra la actriz y la pieza.
Si en cada uno de sus filmes Miguel Coyula interviene casi la totalidad de sus planos, con una intención plástica, en su novela no se ha privado de concatenar texto e ilustración –otro tipo de texto–, al entrelazar el negro de las letras impresas con el de las imágenes, como si el cineasta percibiera la necesidad de enfatizar determinados rasgos no solo con palabras.
Se puede leer Mar rojo, mal azul como quien ve una película de su autor. Pero no es una alusión a los momentos de montaje paralelo de escenas o a que a veces nuestra perspectiva sea la que nos proporcionaría una cámara en mano. Me refiero, sobre todo, al guion de ese personaje llamado Miguel, que más bien es un diario y termina siendo un testamento, donde se enuncia a modo de manifiesto la propuesta del cine de Coyula:
No quiero comprender la mecánica de las cosas. No me interesa el caos artificiosamente construido. Necesito el estado natural de la percepción, sin extensiones intelectuales, o códigos simbólicos universales. No me interesa la poesía abstracta cuyos versos riman, ni el complicado dibujo que se asemeja a un rostro, no tengo miedo a los clichés ni a todo lo contrario, para mí este arte consiste en el leguaje de la mente, esos son mis principios.
Más que alargar estas páginas con un par de párrafos a modo reseña o juicios que reduzcan las lecturas de Iván, Heber, Azucena, Remy, Fernando, Miguel, Marina y las situaciones en las que se ven inmersos, me interesa anotar la insatisfacción de estos personajes, ese caos total con el que lidian, que no obedece al desmesurado desarrollo que hace peligrar el planeta y a la especie, sino que ha estado presente siempre en el hombre. La célebre secuencia inicial de Stanley Kubrick en 2001: Odisea espacial se ha interpretado como resumen de la evolución humana, obviando que en su vuelo, el hueso se sustituye por la nave espacial, instrumentos ambos, o sea: el germen de esa batalla muy-muy lejana, el problema filosófico, ha permanecido latente desde aquel descubrimiento ancestral de la herramienta.
Tres años atrás, en la introducción a una entrevista que le hice, me referí a Miguel Coyula como “director desconcertante”, luego, en una crítica, afirmé que él representaba en el cine cubano una “singularidad rayana en la anomalía”. Ahora me percato que en el prólogo a Mar rojo, mal azul, hablo de su “extraña originalidad”. Y aunque creo haber dejado claro no haberlo dicho solo por cualidades como su resistencia a dejarse asimilar por lo que llamamos industria o institucionalidad, temo siempre haber dejado un tanto implícito el reconocimiento a su inteligencia y talento.

El ser humano no es feliz si es absolutamente libre, cosa por demás imposible. Y busca refugios como el amor a su familia o la creencia en una religión o la confianza en un sistema político, con tal de desterrar la conciencia de su soledad. Con todas estas certezas, la obra de Miguel Coyula, su cine, al que ahora se suma esta novela, nos lega la ganancia de los saldos y liquidaciones de los que parte: sabemos de la destrucción total que nos circunda, de lo inútil de los proyectos por crear “hombres del futuro”, evitémonos entonces el mismo viejo tema de 1916 que denuncia The Cramberries en su canción, y no obviemos el hecho cinematográfico, menos el literario, con la publicación ahora de Mar rojo, mal azul.

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