Mar rojo,
mal azul de Miguel Coyula
Todo empeño
cinematográfico está obligado a ser colectivo, por muy reducido que sea su
grupo, es decir, el equipo. Esto es una regla. Pero cada regla tiene su
excepción. Miguel Coyula es la excepción de la regla. Por eso digo en el
prólogo que asume sus películas como un escritor su literatura, controlando
todas las especialidades: guion, fotografía, edición, música y sonido, y
también porque prepara un plano, una secuencia, con la orfebrería que se pule una
página. Tenemos una cita suya que lo sustenta incluso:
Porque creo que es igual en el lenguaje cinematográfico que en la
literatura. Después de un punto, escribes una oración distinta de la anterior
con otro significado.
Más de cinco años empleó, no demoró, Miguel Coyula
en hacer Memorias del desarrollo.
Cinco años durante los cuales la concepción inicial fue variando y el escenario
se abrió a múltiples ciudades y parajes, universalizando el asunto: una mirada
desprejuiciada, y más aún, irreverente, de esa Historia que con compromisos y
prejuicios menoscaba y sugestiona la libertad de los individuos.
Más de una década ha tardado, sí, en publicar Mar rojo, mal azul, libro del que se
origina su cinta Cucarachas rojas y
su actual producción, Corazón azul. Una
novela enmarcada en el terreno que Coyula ha reconocido es el que más le atrae:
la ciencia ficción, en su afán por desligarse de cualquier realidad geográfica
reconocible. En Mar rojo, mal azul,
caminamos por una ciudad con Malecón, con un túnel que atraviesa un río, pero
cuyos rasgos habaneros se desdibujan en ese hipotético futuro alternativo del
siglo XXI.
Además de Mar rojo, mal azul, he podido leer
varios de los cuentos todavía inéditos de Miguel. 1994, 1995, 1996, son las
fechas de las que datan. Las más de las veces percibo el reflejo de ambientes y
personajes que pudieron rodearlo en su adolescencia y temprana juventud. Pero
en todos los casos, en cada uno de ellos, encuentro la inusual libertad de
narrar sin tener que explicarlo todo, el
rechazo a cualquier reproducción realista, el origen de ese lenguaje distinto
de su cine. Quizás “lenguaje” no sería el término apropiado, porque
más que a una estética particular de composición y consecutividad de planos por
montaje de asociaciones, fragmentación narrativa o ritmo, me refiero a la
lógica inusual de ese universo que nos presenta.
En un texto titulado “Futuro alternativo”, Miguel
Coyula ha declarado su interés en conseguir con Corazón azul, una narración interactiva, es decir: una película que
se reconfigure a partir de estructuras aleatorias donde los episodios
permanezcan intactos, pero su orden pueda ser alterado. Lo que hasta ahora es
el inicio de Corazón azul, aparece
disponible en YouTube: una serie de imágenes documentales que tributan a la ficción
a partir de la manipulación y la yuxtaposición.
Desde sus primeros experimentos en el cine, ya
Miguel Coyula empleaba los más disímiles métodos y herramientas para crear
efectos con los que apoyar esa otra realidad de sus películas. Otra realidad
que no apunta a personajes y situaciones fruto de la invención, sino a un mundo
visualmente distinto, como el que consigue en otra secuencia ya terminada de
este proyecto, donde la protagonista visita una exposición de pinturas, y el
trabajo de edición, sonido, montaje y corrección de luces, la hace observar los
cuadros de árboles moribundos y troncos cortados con una intensidad que es
imposible al ojo humano, y que tampoco se consigue solo colocando la cámara
contra la actriz y la pieza.
Si en cada uno de sus filmes Miguel Coyula
interviene casi la totalidad de sus planos, con una intención plástica, en su
novela no se ha privado de concatenar texto e ilustración –otro tipo de texto–,
al entrelazar el negro de las letras impresas con el de las imágenes, como si
el cineasta percibiera la necesidad de enfatizar determinados rasgos no solo
con palabras.
Se puede
leer Mar rojo, mal azul como quien ve
una película de su autor. Pero no es una alusión a los momentos de montaje
paralelo de escenas o a que a veces nuestra perspectiva sea la que nos
proporcionaría una cámara en mano. Me refiero, sobre todo, al guion de ese
personaje llamado Miguel, que más bien es un diario y termina siendo un
testamento, donde se enuncia a modo de manifiesto la propuesta del cine de Coyula:
No quiero
comprender la mecánica de las cosas. No me interesa el caos artificiosamente
construido. Necesito el estado natural de la percepción, sin extensiones
intelectuales, o códigos simbólicos universales. No me interesa la poesía
abstracta cuyos versos riman, ni el complicado dibujo que se asemeja a un
rostro, no tengo miedo a los clichés ni a todo lo contrario, para mí este arte
consiste en el leguaje de la mente, esos son mis principios.
Más que alargar estas páginas con un par de
párrafos a modo reseña o juicios que reduzcan las lecturas de Iván,
Heber, Azucena, Remy, Fernando, Miguel, Marina y las situaciones en las que se
ven inmersos, me interesa anotar la
insatisfacción de estos personajes, ese caos total con el que lidian, que no obedece
al desmesurado desarrollo que hace peligrar el planeta y a la especie, sino que
ha estado presente siempre en el hombre. La célebre secuencia inicial de Stanley
Kubrick en 2001: Odisea espacial se ha
interpretado como resumen de la evolución humana, obviando que en su vuelo, el
hueso se sustituye por la nave espacial, instrumentos ambos, o sea: el germen
de esa batalla muy-muy lejana, el problema filosófico, ha permanecido latente desde
aquel descubrimiento ancestral de la herramienta.
Tres años atrás, en la introducción a una
entrevista que le hice, me referí a Miguel Coyula como “director
desconcertante”, luego, en una crítica, afirmé que él representaba en el cine
cubano una “singularidad rayana en la anomalía”. Ahora me percato que en el
prólogo a Mar rojo, mal azul, hablo
de su “extraña originalidad”. Y aunque creo haber dejado claro no haberlo dicho
solo por cualidades como su resistencia a dejarse asimilar por lo que llamamos
industria o institucionalidad, temo siempre haber dejado un tanto implícito el reconocimiento
a su inteligencia y talento.
El ser
humano no es feliz si es absolutamente libre, cosa por demás imposible. Y busca
refugios como el amor a su familia o la creencia en una religión o la confianza
en un sistema político, con tal de desterrar la conciencia de su soledad. Con todas estas certezas, la obra de Miguel Coyula, su
cine, al que ahora se suma esta novela, nos lega la ganancia de los saldos y
liquidaciones de los que parte: sabemos de la destrucción total que nos
circunda, de lo inútil de los proyectos por crear “hombres del futuro”,
evitémonos entonces el mismo viejo tema de 1916 que denuncia The Cramberries en
su canción, y no obviemos el hecho cinematográfico, menos el literario, con la
publicación ahora de Mar rojo, mal azul.
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