sábado, 6 de febrero de 2016

Reseña por la periodista Dainerys Machado a El vendedor de palabras, de Emanuel Franco Gómez

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El vendedor de palabras


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Se llama Anita. Tiene 8 años. Es una niña mexicana, a la que le encanta vestir el huipil blanco que le cosió su abuela. Casi nunca juega con su muñeca Alicia, porque Anita prefiere la libertad del campo, la contemplación de las estrellas. Su mamá murió cuando ella era más pequeña aún, y por eso vive sola con la abuela… y su tío Santiago.
La casa que habitan es tan miserable que no podría llamarse “casa”. Así que la historia de Anita, por desgracia, puede ser la de una niña colombiana, cubana, peruana, o de cualquiera de las muchas nacionalidades donde viven tantas personas en casuchas de madera, sin piso o sanitario, lejos de todo espejismo social de justicia o igualdad.
Pero Anita es mexicana. Desayuna tortillas de maíz que su abuela amasa cada mañana, va a la iglesia los domingos, y, como mexicana, sufre también los abusos que abundan en esta tierra hermosa y cruel a la vez. Anita es la protagonista de la noveleta El vendedor de palabras— ¿o es un cuento largo?— que Enmanuel Franco Gómez (Jalisco, 1984) publicó en 2015, bajo el sello de La Pereza Ediciones. Es una pieza dedicada especialmente al público infantil y adolescente, pero es sobre todo una obra llena de poesía y dolor.
Con El vendedor de palabras, Franco Gómez derriba uno a uno todos los mitos asociados a la literatura infantil y juvenil. La extensión de la pieza, el uso de abundantes descripciones de elevado registro lírico, las escasas ilustraciones (en blanco y negro) hechas por el propio autor, son algunos de los rasgos del libro que retan cualquier asociación que pueda hacerse de este género con un ejercicio breve, o llamativo más por los colores de sus dibujos que por el contenido de su trama.
La noveleta del jalisciense es prueba cierta de que aún son irrefutables las palabras de la cubana Mirta Aguirre cuando, en 1972, abogó “porque no se tema demasiado a que la literatura infantil y juvenil muestre los costados feos de la vida; no hemos terminado con ellos nosotros, y falta mucho para que terminen en otras partes, siquiera en sus más graves manifestaciones”.
Claro que familiares o intelectuales protectores de la moral, de esos que gustan tratar a los más jóvenes como idiotas, y no hablarles de sexo o de política, podrán no estar de acuerdo con el conflicto retratado en El vendedor de palabras. Pero tras la confusión del personaje de Anita, tras su dolor, tras el llanto de la abuela y la locura del viejo Adán, se esconde una enseñanza que convierte a la noveleta en lectura útil para todo público. (Quien guste de hallar moralejas en este tipo de historias, también saldrá complacido.) Porque sin discursos moralizantes, Franco Gómez nos pone de frente a una absoluta realidad: la comunicación es la clave en la crianza sana de nuestros hijos e hijas.
No quiero contar la historia. El penúltimo capítulo, “La cajita de palabras”, supone un sorprendente giro dramático, una resemantización de una lectura que hasta ese momento puede disfrutarse como ingenua, casi fantástica.
El vendedor de palabras es una excelente obra narrativa. Su ritmo es ágil, sus personajes son sólidos, su trama sorprende. Es una pieza magnética, donde cada cabo literario está bien atado, y por eso mismo se lee con la premura que sólo los descubrimientos estéticos provocan. La sobria portada de Eric Silva muestra la ingenuidad y el dolor de Anita, las contradicciones que ella vive y que comprenderemos a cabalidad al cerrar el libro. Libro que, dicho sea de paso, forma parte del catálogo en expansión de La Pereza, una pequeña editorial que como Franco Gómez, parece apostar por la diversidad y saber elegir bien sus palabras.

https://letrasqueves.wordpress.com/2016/02/05/el-vendedor-de-palabras/

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