http://www.amazon.com/exilio-asesinos-otras-historias-Spanish/dp/0692523170/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1450117944&sr=8-1&keywords=El+exilio+de+los+asesinos
Piedad escatológica
El exilio de los asesinos y otras historias de amor de Mayra Santos-Febres (La Pereza Ediciones, 2015)
Pocos asuntos son
más trillados que el amor en la historia de la literatura. Tanto que algunos
llegan al extremo de afirmar que sólo de amor y
no de otra cosa estamos escribiendo todo
el tiempo. Para estos extremistas, los otros asuntos –revisitados a lo largo de
los siglos y resignificados una y otra vez por las comunidades receptoras de
cada época– serían subsidiarios, ramificaciones de aquel gran tronco primigenio.
Así, el amor daría paso a reflexiones acerca de la muerte, la soledad, el miedo
y el tiempo, sólo por citar los más evidentes a partir
de los cuales elaboraríamos una concepción cabal y compleja de aquel
sentimiento convertido en poderosa fuerza.
El fenómeno de la mujer
pensando, escribiendo y publicando es reciente y aún está en proceso de
consolidación. De ahí que la mayor parte de nuestra herencia literaria –lo que
hemos leído y lo que han leído las generaciones precedentes– provenga de
autores; a hombres, me refiero. En ese contexto fraguó la literatura universal vinculada
al amor, o con el amor como centro. Y en ese contexto florecieron los clásicos
de los que todavía hoy nos nutrimos. Que el amor haya sido el núcleo de la
literatura de todos los tiempos no parece un problema. Nadie pondría en duda la
calidad de Romeo y Julieta o de El amor en los tiempos del cólera, por
citar dos títulos indiscutibles escritos por hombres en distinta época.
Sin embargo, el prejuicio
ha asociado las historias de amor a un tipo de escritura producida por mujeres,
que aborda temas de mujeres y que apunta a un público lector femenino. Es
cierto que algunas colegas han contribuido a generar esta idea a través de un corpus
de historias que podrían ser colocadas bajo el toldo rosa de lo cursi coronado
por finales felices con todo y perdices. Pero no es menos cierto que la
tradición literaria femenina es tan antigua como lujosa. Sólo
por poner un mojón –aunque podríamos ir más atrás aún–, Safo de Mitilene da
cuenta de que en el siglo VI a.C. ya había mujeres aportando su talento y su
osadía a las bellas letras. Sin subestimar los innumerables obstáculos que las
escritoras debieron y debemos atravesar, la historia de la literatura ofrece
una larga lista de mujeres que se han dedicado a escribir con calidad sobre
cualquier tema. El poder de la palabra es tan fuerte que no resulta extraño que
el historiador Georges Duby haya consignado que la verdadera liberación
femenina aconteció cuando las mujeres adquirieron de forma más o menos masiva
la posibilidad de escribir y publicar sus ideas.
Por todo lo dicho, las escritoras
hemos intentado quitarnos el lastre del prejuicio, la mal entendida etiqueta de
“literatura femenina”, y en algunos casos hemos preferido obviar de manera
evidente la referencia al amor. Los hombres, en cambio, no tienen este problema
ni incurren en conflicto alguno al momento de crear. Simplemente crean a
sabiendas de que la etiqueta “literatura masculina” no caerá sobre el texto
para reducirlo a una mínima expresión inaceptable. Los hombres crean y
solamente se someten al juicio de la buena o la mala literatura. Nosotras
debemos pagar un peaje intermedio. Si es posible, no escribir acerca del amor.
Y, si lo hacemos, atravesar los prejuicios y probar de manera contundente que
es bueno.
El título de este libro
de relatos de Mayra Santos-Febres, El exilio de los asesinos y otras historias de amor, me resultó
inquietante al principio. Me pregunté cómo era posible que la autora se hubiera
arriesgado a incluir la palabrita amor.
Pero mi inquietud no duró demasiado. El antídoto ya estaba en el propio título.
Si acaso alguna sospecha de cursilería, literatura rosa o etiquetas similares podía
caer sobre el libro, allí estaban las otras palabras, exilio y asesinos, duras, ásperas, sin concesiones, un contrapeso perfecto.
Y, además, estaba la trayectoria de Mayra, una escritora de fuste que es, ante
todo, una mujer con mayúscula.
Sabía que no me iba a
defraudar. Y no me defraudó. Fue más allá, incluso, y me sorprendió con una
dureza a veces realista, a veces cercana a un naturalismo descarnado que no
leía desde algún texto del británico Irvine Welsh y que abreva en la literatura
decimonónica con Une charogne de
Charles Baudelaire como mascarón de proa de la mejor estética escatológica.
Como en estos autores, la crudeza que Mayra Santos-Febres despliega no busca el
escándalo gratuito, sino una textura expresiva que bucea en un feísmo
controlado, porque intenta mostrar la parte menos noble de las personas y, a la
vez, la más humana.
A lo largo de veinte
relatos breves la autora lleva a sus personajes a un territorio subterráneo y
desolado, donde casi no existe el refugio de la piedad y cualquier promesa de
felicidad parece un imposible. Hay, sin embargo, una ternura solapada que
convoca al lector a empatizar con su propia capacidad de ternura, porque lo
conecta con sus miserias y sus zonas oscuras. El lector se refleja en esa
necesidad de ser entendido y perdonado y, por lo tanto, entiende y perdona.
Quizá esta capacidad de
engendrar empatía sea el signo más notable de este volumen de relatos
elaborados a partir de un uso refinado y justo del idioma, sin falsos firuletes
retóricos ni esfuerzo poético demasiado ostentoso. Hay un pulso narrativo firme
que explora territorios conceptuales, de corte filosófico, pero en ningún
momento pierde el hilo de una trama bien construida. Esto habilita una doble
lectura, más o menos superficial, y enriquece el valor connotativo del texto.
Un detalle etimológico nada menor: la
escatología suele vincularse en primer término a los excrementos y estos
aparecen como motivo literario a lo largo del volumen. Sin embargo, no hay que
olvidar que el término griego ἔσχατος (éschatos)
significa último, el final de algo. Así lo consigna la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española:
“Conjunto de creencias y doctrinas referentes a la vida de ultratumba”. Hablar
de escatología, por tanto, es hablar de la muerte, la gran provocadora de las
acciones humanas, la que hace que la vida sea vida.
La piedad que Mayra
Santos-Febres destila en sus relatos es escatológica porque sus personajes se
enfrentan a la muerte y le plantan cara no exentos de miedo, sino desde el coraje de atravesar esos miedos a pesar de todo. Y acaso sea esta la forma más pura del amor.
Claudia Amengual
Montevideo, 14 de diciembre de 2015
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